“Aun estando dentro del convento, la incertidumbre de mi salvación me hacía pensar que Dios había hecho muy difícil la salvación. Pensaba que si los que nos consagramos al Señor no tenemos la seguridad de salvarnos, cuánto menos serán las personas que no conocen a Dios. Este pensamiento me llevaba ante el altar y clamaba a Jesús que me diese paz.
En el mes de julio se realizó en el convento un retiro espiritual donde concurrieron jóvenes estudiantes invitados por la Directora. Duró tres días y en la mañana del último día tomé la palabra y les exhorté diciéndoles entre otras cosas: “No se aparten jamás de la Iglesia Católica, porque fuera de ella no hay salvación”. Pero ese mismo día en la noche, el Señor me apartó primero a mí.
Después de despedirme de aquellos jóvenes continué cumpliendo mis obligaciones con mucha intranquilidad hasta la tarde. A las seis de la tarde más o menos, sentí en mi corazón algo extraño e impulsado por una fuerza poderosa bajé a mi habitación situada en el jardín, me senté y sentí un deseo grande de elevar mi corazón a Dios y me postré de rodillas y dije: ¿qué quieres de mí Señor? Luego me levanté y corrí nuevamente a cumplir mis deberes, pero una hora después sentí otra vez el mismo impulso y corrí a la misma habitación y elevé mi plegaria diciendo: Señor hágase en mí tu voluntad. Después de un momento de silencio sentí que debía salir del convento para seguir el camino del Evangelio. Decidí abandonar aquel lugar esa misma noche, fue difícil para mí porque tuve duda, pero la gracia del Señor me hizo tener la determinación de abandonar aquel lugar esa misma noche. En mi aposento dejé una nota que decía que salía por causa del Evangelio.
ERNESTO SANDOVAL – Pastor. Viento y fuego, pg. 18