“La divina misión hizo que nuestra labor fuese placentera, aún cuando teníamos que viajar ascendiendo tan ásperas cordilleras.”
“¡Qué agradecidos a Dios estábamos de poder refugiarnos al lado de algún cerro solitario para comer y descansar! En nuestro regreso la carga fue más ligera, sin embargo, las subidas solamente las pasábamos chocando la parte inferior del vehículo al piso. ¿Qué fuerza nos impulsaba hacia decenas de pueblos y aldeas donde continuábamos ganando convertidos y simpatizantes? A menudo pensábamos en los misioneros que nos habían precedido por esos parajes aventurados, con el único propósito de extender el Reino de Dios, y así tomábamos aliento.”
LEIF ERICKSON – Misionero. Más allá de la aurora, pg. 92